La Navidad es una de las festividades más importantes del cristianismo ya que con ella conmemoramos el nacimiento de Jesucristo. Para la comunidad católica este acontecimiento está lleno de un profundo significado teológico y espiritual que va mucho más allá del hecho histórico.
La Navidad se celebra cada 25 de diciembre y representa una enorme manifestación del amor divino hacia la humanidad, el momento cuando Dios envía a su hijo al mundo para nuestra salvación.
Desde la perspectiva teológica, la Navidad hace presente la encarnación de Dios en la tierra a través de Jesús quien es Dios hecho hombre, aquel que ha venido para redimir a la humanidad del pecado y restaurar la relación entre el creador y sus creaciones. Su nacimiento marcó el comienzo de la redención de la humanidad.
La Navidad es así una oportunidad para reflexionar sobre el significado de la vida y la importancia de los valores cristianos como la solidaridad, la unión, el amor, la paz y la esperanza.

El origen de la palabra «navidad» se remonta al latín «nātīvitās», que significa «nacimiento». Esta palabra latina proviene de «nātus», participio pasado del verbo «nasci» que significa «nacer».
La fecha del 25 de diciembre fue establecida como día de solemnidad por la Iglesia católica en el año 350 gracias al papa Julio I. En el evangelio, se narran los hechos relacionados con el nacimiento e infancia de Jesús, y es en ellos donde se narra la esencia misma de la Navidad.
Los primeros usos registrados de la palabra «navidad» en castellano se remontan al siglo XIII.
Con el paso del tiempo, «navidad» terminó designando no solo al día del nacimiento de Jesús (25 de diciembre), sino a toda la época festiva que rodea esa fecha. Es así como hoy en día hablamos de la «época navideña» o las «fiestas navideñas» para referirnos a las celebraciones tradicionales de fin de año.
La profecía del Mesías
El nacimiento de Jesús cumplió varias profecías mesiánicas del Antiguo Testamento sobre la llegada del Mesías prometido.
Teólogos como San Agustín enfatizan la doble naturaleza de Cristo, completamente divino y completamente humano. Esta unión hipostática de lo divino y lo terrenal es esencial para el propósito redentor de Jesús. Al compartir nuestra humanidad podía servir como el sacrificio perfecto por los pecados, mientras que, al ser completamente Dios, su obra tenía el poder de salvar.
Estas profecías, escritas siglos antes del nacimiento de Cristo, hallaron su realización en los eventos ocurridos alrededor del mismo. Veamos algunas de las principales profecías cumplidas:
El Mesías provendría de la tribu de Judá y de la familia del rey David.
El profeta Miqueas había declarado siglos atrás: «Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad.» (Miqueas 5:2).
Así, Jesús nació en Belén, descendiente del rey David según las genealogías expuestas en los evangelios de Mateo (capítulo 1) y Lucas (capítulo 3).
- En el evangelio de Mateo se presenta la genealogía de Jesús trazándola desde Abraham hasta su padre adoptivo José, mostrando que Jesús descendía del rey David.
- El evangelio de Lucas contiene la genealogía de Jesús desde Adán hasta José, enfatizando también sus orígenes davídicos.
Ambos evangelios confirman por medio de las genealogías que Jesús nació de la descendencia del rey David, cumpliendo la profecía de que el Mesías provendría de su linaje.
El nacimiento virginal de Jesús
Pasajes como Isaías 7:14 predicen el nacimiento virginal del salvador: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» («Dios con nosotros»). El evangelio de Mateo narra cómo esta profecía se cumplió con el nacimiento virginal de Jesús (Mateo 1:22-23).
Los títulos del Mesías
Otra profecía de Isaías declaraba que el Mesías sería llamado «Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz» (Isaías 9:6). Estos títulos se cumplieron en Jesucristo, el hijo de Dios que trajo paz a la tierra.
El cumplimiento de todas estas profecías en la vida y obra de Jesús confirman su identidad como el Mesías prometido, tal como lo habían anunciado los profetas en el Antiguo Testamento.
El nacimiento de Jesucristo
El nacimiento de Jesucristo es el evento central de la fe cristiana. Según los Evangelios de Mateo y Lucas, Jesucristo nació en la ciudad de Belén, en Judea, de la Virgen María. Los ángeles anunciaron su nacimiento a los pastores, quienes fueron los primeros en adorarlo.
El nacimiento de Jesucristo es un acontecimiento de gran importancia para la teología cristiana. En él, se cumple la promesa de Dios de enviar a su Hijo al mundo para salvar a la humanidad del pecado. Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre. cuyo nacimiento virginal lo libra del pecado original.
La Encarnación divina: El misterio de Dios hecho hombre
La festividad de la Navidad conmemora uno de los misterios centrales del cristianismo: la encarnación de Dios en la tierra a través de Jesucristo. Este dogma afirma que Jesús, el hijo de Dios, asumió una naturaleza humana sin dejar de ser divino, para redimir a la humanidad del pecado.
La encarnación es un concepto complejo que ha sido ampliamente debatido a lo largo de la historia de la teología cristiana. Implica que Jesús, siendo Dios eterno, se hizo carne asumiendo la naturaleza humana. Esto lo expresa Juan 1:14 al afirmar que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Jesús es así la «Palabra (Verbo) hecha carne», Dios manifestado en forma humana.
Esta unión entre lo divino y lo humano en la persona de Jesucristo es lo que se conoce como unión hipostática. Las dos naturalezas, la humana y la divina, coexisten en Cristo sin confundirse. Jesús fue verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia confirmó este dogma en el Concilio de Calcedonia del año 451 d.C, declarando que Cristo existe «en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división.
La encarnación significa que Dios se hizo uno de nosotros, compartiendo nuestra humanidad. Esto nos habla de que Dios nos ama y nos comprende. La encarnación también nos muestra el amor de Dios por nosotros.
La salvación
La Navidad es una celebración de la salvación. Jesucristo vino al mundo para salvar a la humanidad del pecado. Su muerte y resurrección nos han redimido del pecado y nos han dado la vida eterna.
La Redención: El plan divino para el perdón de la humanidad
Uno de los sentidos más profundos de la Navidad es la venida de Jesucristo para cumplir el plan divino de redención de la humanidad. La figura del Niño Jesús evoca la inocencia y la esperanza, pero anticipa también su misión redentora mediante el sacrificio supremo en la cruz.
Según la teología cristiana, toda la humanidad había caído en el pecado original tras la desobediencia de Adán y Eva. Este pecado rompió la relación perfecta que el hombre mantenía con Dios. Pero Dios, en su infinito amor, ideó un plan para que el ser humano pudiera reconciliarse nuevamente con su Creador.
Este plan consistía en que su propio Hijo se encarnara en la tierra como hombre para ofrecerse en sacrificio por los pecados de la humanidad. San Pablo expresa esta idea diciendo que «Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras» (1 Corintios 15:3). Sólo el sacrificio del Hijo de Dios podía ser suficiente pago por las culpas acumuladas.
De este modo, la muerte redentora de Jesús en la cruz funciona como un nuevo «árbol de la vida», que le da al ser humano la posibilidad de borrar su pecado original y reestablecer su filiación divina. Gracias a ese sacrificio sublime, el plan trazado por Dios para rescatar a la humanidad del pecado se cumple plenamente.
La Navidad es así una celebración gozosa porque recuerda el inicio de la misión redentora de Cristo. El pesebre donde nace anticipa la cruz donde morirá para salvarnos del pecado. Con su encarnación en Belén comienza el camino de la reconciliación entre la humanidad y Dios, la restauración de esa relación filial que se había quebrado por la desobediencia inicial. La Navidad es la fiesta de la esperanza en la Redención eterna.
Jesús, la Palabra de Dios hecha carne
Uno de los misterios centrales que celebramos en Navidad es la encarnación del Hijo de Dios como ser humano. Jesús es Emmanuel, «Dios con nosotros», la Palabra eterna que se hizo carne y acampó entre los hombres, como dice el prólogo del Evangelio de Juan.
Este evangelista presenta a Jesús como el Verbo divino, la Palabra creadora de Dios que estaba con Él desde el principio. Esa Palabra se encarnó en el seno virginal de María y se hizo hombre para llevar a cabo la obra redentora, manifestando la gloria, gracia y verdad del Padre a los humanos.
La tradición teológica cristiana ha visto en Jesús al Logos o Sabiduría divina personificada. Si en el Antiguo Testamento la Palabra y Sabiduría de Dios se manifestaban de forma mediata en la historia de Israel, en el Nuevo Testamento esta revelación alcanza su plenitud en la persona de Jesucristo.
Dios se comunica a Sí mismo entrada y directamente en su Hijo encarnado. Jesús es la autorrevelación visible de la divinidad, el rostro humano de Dios.
La Navidad y el nacimiento de Jesucristo es teológicamente significativo por cumplir las profecías del Antiguo Testamento, encarnar el amor redentor de Dios, y ofrecer la promesa de salvación para toda la humanidad a través de la obra de Cristo. Esta festividad celebra el misterio de la encarnación que está en el centro de la fe cristiana.
El nacimiento de Jesucristo marcó el inicio del cumplimiento del plan redentor de Dios para la humanidad. Con su primera venida, Jesús inauguró el reino de Dios en la tierra, trayendo salvación y reconciliación para todos los que creen en él. Las profecías cumplidas son evidencia irrefutable de que Jesús es el Cristo, el salvador del mundo.